lunes, 6 de febrero de 2012

Un descendiente de Barbara Vigil-Escalera,Cayo Rodriguez-Ponga:

"Bárbara que se casó con Manuel Pelayo (esta rama se estableció principalmente en Langreo),entre otros hijos, tuvieron a Liberata, que se esposó con Mariano Ajuria y fueron los padres de Ana Ajuria Pelayo que se casó con Gerardo Rodríguez Ponga,este matrimonio procreó 12 hijos y todos ellos  llegaron a edad adulta y fueron dotados de una extraordinaria formación académica, lo que no era frecuente en aquella época sobre todo en las mujeres.
                                                                                                                          Estos hermanos se llamaron:Dolores,Angeles,Pedro,Enrique,Amos,CAYO,Ana,Carmen.Encarnación,Gerardo,Berta y Gonzalo.Destaco a CAYO ya que junto a su hermana Encarnación, permanecen vivos en la actualidad y éste el pasado 23 de Enero cumplió 100 años, siendo ,muy probablemente, el personaje más veterano, entre los  descendientes de D. Ramón Felipe.CAYO RODRIGUEZ-PONGA AJURIA, que gracias a Dios goza de un magnífico estado de salud, tanto física como mentalmente, vive en Oviedo, y acude regularmente a una conocida tertulia establecida en el Reconquista, contribuyendo con sus intervenciones a animar las charlas ya que por la experiencia y conocimientos que le aportó su larga vida, es además de farmacéutico, licenciado en derecho y teólogo.
 
 
 

La vida como una fiesta

Cayo Rodríguez-Ponga, hombre culto y gran viajero que fue farmacéutico en La Felguera, celebró su 101.º cumpleaños

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De izquierda a derecha, Jaime Álvarez-Buylla, José Ángel Botas, Santos Muñoz, Francisco Riera, Cayo  Rodríguez-Ponga, Antonio Pesquera, Joaquín Samaniego y Manuel Abad, ayer en el Real Club de Tenis.
De izquierda a derecha, Jaime Álvarez-Buylla, José Ángel Botas, Santos Muñoz, Francisco Riera, Cayo Rodríguez-Ponga, Antonio Pesquera, Joaquín Samaniego y Manuel Abad, ayer en el Real Club de Tenis. nacho orejas
Elena FDEZ.-PELLO
El centenario quedó atrás para Cayo Rodríguez-Ponga Ajuria. El farmacéutico, que durante muchos años regentó la botica familiar en La Felguera, celebró ayer su 101.º cumpleaños. Lo hizo con sus amigos, en el Real Club de Tenis, y en su discurso de agradecimiento les recomendó frecuentar las fiestas y los encuentros, como remedio contra la monotonía y para alegrarse la vida.

Contó uno de ellos, el médico Jaime Álvarez-Buylla, que además de la licenciatura en Farmacia Cayo Rodríguez-Ponga tiene otra en Derecho y que quiso ser diplomático, pero tuvo que aparcar ese deseo al morir su padre y tomar las riendas del negocio familiar. De aquella frustración juvenil se resarció con largos, y a menudo exóticos, viajes.

«Es un hombre de gran cultura y penetrante sensibilidad», dice de él Álvarez-Buylla, que es uno de sus compañeros de tertulia desde hace más de quince años. Todos sus miembros asistieron al almuerzo de cumpleaños: José Ángel Botas, Santos Muñoz, Francisco Riera, Antonio Pesquera, Joaquín Samaniego, Manuel Abad y Ricardo Pedreira.

Rodríguez-Ponga es, según quienes le conocen, un hombre bueno. Se casó ya entrado en años con Maruja, a la que veía pasar a diario en bicicleta por delante de su farmacia. La Teología, cuentan, es uno de sus grandes intereses. Sobre asuntos de esa índole escribe artículos que confía en poder comentar con el arzobispo de Oviedo.
 

«Lloré al proclamarse la República porque preví los males que iba a traer a España»

«En el 34 se me acabó la efetonina y no la pude servir a un paisano, por lo que vinieron a detenerme dos mocetones con pañoleta roja y pistolón»

 
Cayo Rodríguez-Ponga, en su domicilio de Oviedo, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA.
Cayo Rodríguez-Ponga, en su domicilio de Oviedo, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA.  muisma murias

Cayo Rodríguez-Ponga Ajuria nace en La Felguera hace 101 años, el 23 de enero de 1911. En la rebotica de la farmacia de su padre, Gerardo, escucha de niño conversaciones sobre el agitado primer tercio del siglo XX en España. A los 6 años ya escucha en directo la declaración del estado de guerra en La Felguera, a causa de la huelga de 1917. Estudia con La Salle y con los agustinos de León. Tras el fallecimiento de su padre, en 1925, cursa el Bachillerato por libre y su madre le envía a estudiar Farmacia a Madrid.

Oviedo, J. MORÁN

Cayo Rodríguez-Ponga, de 101 años, relata sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA, contemplando la llegada de la República, la Revolución del 34 y la Guerra Civil.

l Rey tachado. «En Madrid, los mentecatos de mis compañeros, hijos de la burguesía, fueron los que iniciaron los alborotos en la Universidad Central, que fue clausurada en enero de 1931. El ambiente ya anunciaba la República; había pintadas insultantes contra el Rey y la gente comentaba que Alfonso XIII se pasaba el día encerrado en palacio y conspirando con los nombramientos. Yo veía ese ambiente y pensaba: "Estamos perdidos", y mis compañeros, de la clase social que vivía un poco mejor, tirando piedras a los guardias. Hubo uno que me enseñó muy gozoso su título de Farmacia con una tachadura sobre "Su Majestad Alfonso XIII". "Al jefe del Estado hay que elegirlo por votación", y yo le replicaba que había que estar en la realidad del país y no crear problemas con la Monarquía. "Si insultáis a éste, vais a insultar al que venga, sea rey o presidente", le decía».

l Exaltaciones del pueblo. «Ya licenciado, volví a La Felguera el 1 de abril de 1931 y me hice cargo de la farmacia de mi difunto padre, como regente, porque la propiedad seguía siendo de mi madre, la viuda. Me daba un pequeño sueldo y yo se lo daba a ella, para mantener a la familia. Yo tenía seis hermanos menores que estaban estudiando: Gerardo, Ana María, Carmina, Encarnación, Berta y Gonzalo. La proclamación de la República en La Felguera no fue violenta; tampoco lo fue en Madrid, pero al cabo de un mes llega la quema de conventos e iglesias, entre ellas la que yo solía visitar los domingos en Madrid, la de San Francisco de Borja, de los jesuitas, una de las mejor atendidas. En una ocasión me había confesado allí con el Padre Rubio, canonizado hace pocos años. Tras la quema de conventos, el ministro de la Gobernación declaró: "No podemos hacer nada, son exaltaciones del pueblo jubiloso". Yo no simpatizaba con la República y lloré. Preví los males que iba a traer a España: se quería la República para establecer la revolución del pueblo y al pueblo, por su mayoría, y si está airado y en armas, no lo puede vencer nadie. El pueblo estaba envenenado por su pobreza y era un toro que embiste a ojos cerrados».

l Historia y El Quijote. «La Revolución de Asturias de 1934 nos sorprende cuando en La Felguera oímos una noche unas explosiones tremendas. Estaban atacando el cuartelillo de la Guardia Civil del barrio de Urquijo. Sabíamos que iba a pasar algo, se respiraba en el ambiente y se había publicado en la prensa que se habían descubierto alijos de armas en la costa. "¡Dios!, ¿qué pasa? ¿Ya empezó la revolución?", nos dijimos al saber que estaban asediando la casa cuartel. "Adiós, no va a salir vivo ni uno", pensé. Desde los tejados de las casas circundantes estaban lanzando dinamita. Por la mañana hubo silencio y nos enteramos de que los guardias, una media docena con un sargento al frente, pudieron huir milagrosamente. Sin embargo, en Sama, donde estaba el capitán Nart, de familia distinguida, enérgico, con aspecto señorial, y que tenía 20 o 30 guardias, el asedio había sido más fuerte y habían destruido el cuartel con ellos dentro. Y los que habían huido fueron perseguidos por las calles, a la caza del pichón. No apareció ni un botón del capitán Nart. Teníamos un miedo tremendo. "Ahora, ¿qué va a pasar? No tenemos guardias que nos protejan". En la calle había gritos de "¡Manda el pueblo, la burguesía abajo, y a apagarlas todas!". La gente de orden, asustada y metida en casa. Yo estaba en la rebotica y ni me asomaba. Me puse a estudiar historia; me leí cinco de los 25 tomos de la "Historia de España" de Lafuente. Y después me leí «El Quijote» entero. Es lo que saque de bueno de la revolución. Fueron unos 15 días de revolución y no les dio tiempo a socializar la botica. No pudieron organizar el sistema comunista».

l La verdad absoluta. «El comité de guerra de Langreo se estableció en el Ayuntamiento y con un cuño se sellaban las recetas. Había que despacharlas gratis y todo funcionaba por vales. No se recibían suministros e iban escaseando las medicinas. A mí se me acabaron los comprimidos de efetonina, del laboratorio Merk, eficaces para el asma. Y lo cuento por lo siguiente: me llega un paisano pidiendo efetonina con el cuño de comité bien claro. "No, no tengo, se me acabó". "¿Cómo no va a haber si me lo recetó el médico y lo que receta el médico hay que respetarlo?". "Pues imposible, se me terminó y no llegan repuestos". "Bueno, ya lo veremos", y se marchó. "Ya me armó el lío este hombre", pensé. Ya me extrañaba que pasasen tres días sin novedad. Llegan después dos mocetones con pañoleta roja y pistolón. "¿Dónde está el boticario?". No creían que fuera yo, porque era un guaje con bata blanca. "Soy yo". Quedaron extrañados porque supongo que querían encontrarse con un hombre más fuerte, para disfrutar humillándolo, porque humillar a un débil no tiene mucha gracia. "¿Por qué te negaste a despacha un medicamento a un ciudadano?". "No me negué, no le pude dar porque no lo tengo". "Vamos al comité". Quité la bata y cerré la farmacia, porque el auxiliar no había aparecido desde el comienzo de la Revolución. El comité estaba ocupando unas oficinas del Banco Herrero. Se me acerca un hombre y me alegré al verle. Era una cara normal, una faz no violenta. "Te acusan de esto". "No hice nada malo, ¿cómo me voy a negar a algo que es referente a la salud si mi profesión es protegerla?", y terminé diciendo: "Y esto es la verdad absoluta". Me atreví a decir "absoluta" y veo que el hombre se mete en filosofía. El comité de La Felguera era de la CNT, anarquista. "¿Cómo que absoluta? ¿Sabes tú cuál es la verdad absoluta". Pensé: "Vaya, este es un filósofo" y le expliqué que la cosa era verdaderamente así: "Si no tengo algo, no puedo darlo". "Bueno, bueno", y cortó la conversación. "Vuelve a la botica y no se te ocurra negar nada a ningún ciudadano". Me dije: "Salvé"».

l Suave extinción. «Hubo sucesos parecidos y algunos crímenes. Corría la voz de que habían matado a tal o a cual. La revolución cesó sin lucha: los asturianos no somos tontos. Los dirigentes de la revolución, en Sama, sabían que en el resto de España no había triunfado el levantamiento. La revolución se extinguió suavemente y quedamos maravillados. No hubo escaramuzas con las tropas que vinieron a Asturias. Hubo el pacto de Belarmino Tomás con el general Ochoa. A Belarmino Tomás no le conocí personalmente; una vez le vi hablar por los altavoces. Dicen que era inteligente y tuvo que serlo; luego fue el presidente del Gobierno de Asturias y León, en la guerra. La revolución acabó de súbito, igual que comenzó. Los comités y las casas del pueblo se quedaron vacíos y el Ejército hizo un parón para facilitarles la huida, y no volaron las fábricas, como se rumoreaba».

l Oviedo electrificado. «Y la guerra del 36 también fue súbita, aunque la esperábamos. Justo la víspera del alzamiento estábamos varios en el casino de La Felguera, asomados al balcón, y comentábamos que había una tranquilidad muy grande y que algo se estaría tramando. "Un día de éstos va a haber otra revolución", decíamos, pero de izquierdas, ya que no pensábamos que se levantarían las derechas, que son perezosas por naturaleza y educación. También comentábamos si había sido un acierto concentrar a toda la Guardia Civil del valle del Nalón en La Felguera, en el edificio de la Escuela de Artes y Oficios, hermoso y con grandes ventanales, pero inapropiado para cuartel. Era como estar al aire libre. Y se repitió lo del 34. Hubo una noche de explosiones. Como el cuartel estaba a unos ciento y pico metros de mi casa, se oían las explosiones, tremendas, más grandes que las del 34. "Adiós", le dije a mi madre, "No se salva nadie, va a ser una hecatombe y detrás de ellos vamos todos". Y al cabo de un tiempo hubo silencio. A la mañana, me asomo a los visillos y empieza a pasar gente tirando tricornios y sables al aire. Luego un silencio sepulcral. Así comenzó la guerra en La Felguera. Se había producido el alzamiento y se pensaba que iba a ser en todas las capitanías generales y que en siete días, para la fiesta de Santiago Apóstol, el día 25 de julio, se habría acabado todo. Oviedo quedó sitiado. Los milicianos de La Felguera que iban y venía del asedio decían que los fascistas de Oviedo estaban armados hasta los dientes. "No pudimos hacer nada, está todo electrificado", decían. Era pura propaganda

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